martes, 29 de diciembre de 2009

Nuevos viejos aromas

¿Cómo puede ser que un olor, aun vulgar y casi imperceptible, pueda transportarnos hacia los más remotos parajes de nuestra memoria? Y con eso, recrear imágenes, profundas sensaciones, viejos y oxidados deseos.

Y todo por percibir la suave brisa de Diciembre, que rezumaba libertad.

lunes, 28 de diciembre de 2009

Desencuentro memorial

En algún momento dudé haberlo visto. Ahora estoy casi seguro que lo hice, tengo que haberlo hecho. Cuando lo vi, no le di importancia, jamás imaginé que se trataba de aquel ser. La rapidísima y soslayante mirada, que bien podría haberse posado en una baldosa o una lata de conserva, no fue suficientemente prolongada ni intensa como para asimilar lo que estaba mirando. En milésimas de segundo, abrumado por el calor y el apuro, mi conciencia dijo que no tenía por qué estar allí y que sólo eran fantasías. Repito, y no exagero, que esto sucedió en un instante: la cadena de deducciones casi ni fue pensada, fue instintiva, y rápidamente archivada. No le presté ninguna atención.

Pero luego, notablemente, el recuerdo pudo recrearse. Cierto que rodeado de sombra, fuera del espacio y del tiempo, pero aparece. Y por eso tiene que haber sucedido. Y esto lo supe cuando, horas después, me enteré por un tercero que el personaje me había visto y que (supuestamente) no sólo yo no quería verlo, sino que los nervios y la angustia me devoraban, como si él fuese alguna encarnación del demonio, o de un pasado aterrador y ocultado. Esa fue la versión de quién, es cierto, hace años no veía y cuyas relaciones con allegados míos se habían visto rodeadas de cierto misterio, de una suerte de incongruencia que ocultaba pasiones, demencias, odios. Nada más, nada menos. De haberlo reconocido, lo hubiese saludado cordialmente, le hubiese preguntado brevemente por sus asuntos, me hubiese despedido. Claro que esto no sucedió.

Parece insignificante este suceso, seguramente lo sea, y también es posible que no se entienda demasiado lo que aconteció. Haré un intento por recapitular, claro que sin superar el límite que los mismos acontecimientos me imponen: Dos personajes. Éste a quien me refiero, y yo. Estuvimos en el mismo sitio, a la misma hora, un sitio repleto de gente, símbolo de la despersonificación más absoluta. Yo apenas lo divisé, sin prestarle atención ni reconocerlo, sin asimilar su presencia. El otro personaje me vio. Atribuyó mi transpiración (debida al apuro, la humedad, el abrigo) a un intrincado e inexistente complot y omisión voluntaria de su persona.

Y de esta desafortunada confusión, una inenarrable sucesión de acontecimientos caóticos.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Fragmentos II

Fragmentos



¿Cuánto hace que escribí esto?

Me está preocupando (un poco) el acordarme cosas, situaciones, diálogos, decisiones y no saber si realmente* ocurrieron, o bien si fueron soñados, deseados, imaginados. Muchas veces se trata de trivialidades, es cierto, que en la oscuridad y la neblina de su intrascendencia no logran constituirse en firmes e innegables fragmentos de realidad. Algunas veces, algún hecho concreto sucede posteriormente, claro que en los momentos en que mi conciencia es aguda y estable, demostrándome que aquél borroso suceso del que yo dudaba, efectivamente había ocurrido, o bien cerciorándome de lo contrario: ese pequeño diálogo, esa gris certeza, ese imperceptible reproche o lo que sea el recuerdo, había sido sólo parte de un sueño. Otras veces, este hecho concreto no se presenta, y la duda sobre la veracidad de lo sucedido (de lo recordado, más precisamente) me acompaña un tiempo, sin llegar a perturbarme, hasta que me olvido de aquello. Seguramente reemplazado por una nueva duda, una renovada falta de certeza.



* descontando lo ambiguo de este concepto.