martes, 22 de junio de 2010

Narrar

“Narrar, decía mi padre, es como jugar al póquer, todo el secreto consiste en parecer mentiroso cuando se está diciendo la verdad.”

“Si la literatura no existiera esta sociedad no se molestaría en inventarla. Se inventarían las cátedras de literatura y las páginas de crítica de los periódicos y las editoriales y los cocktails literarios y las revistas de cultura y las becas de investigación, pero no la práctica arcaica, precaria, antieconómica que sostiene la estructura.”


Ricardo Piglia, en "Prisión Perpetua"



(La primer metáfora camina igual -o mejor- con el truco. Quizás porque juego al truco y no al póker)

jueves, 17 de junio de 2010

La Nación asedia

Mi primera impresión fue contundentemente falsa. Fabulé con un millonario asalto, una organizada banda de delincuentes, o incluso un camión repleto de empanadas: desde mi cómodo e itinerante asiento todo era posible, y en la esquina en que me encontraba detenido había una casa de comidas. Pero no, no era nada de eso. En realidad, era una escena cotidiana (sucedía todas las madrugadas) pero yo nunca antes la había presenciado. Un camión repleto de hojas y hojas impresas proveía los diarios a los kioscos de la zona.

No me preocupé mucho al respecto, más bien me alegré de por fin haber presenciado un acto semejante, algo tan común y entendible (¿cómo podían llegar los periódicos a los kioscos más que en camiones de madrugada?), pero a la vez tan invisible (juro nunca antes haber visto la entrega en vivo). Creo que es normal: siempre regocija presenciar por primera vez algún pequeño fragmento de realidad, aunque sea algo que se sabe siempre sucede. El placer y el misterio de lo nuevo, lo desconocido. Y por qué negarlo: claro que amplificado en este caso por la conciencia alterada, o estimulada.

Proseguí mi camino tranquilamente, pero, a los pocos kilómetros, otra vez. Y esta vez, quizás ayudado por el estado en que me encontraba, vislumbré el asunto desde una perspectiva completamente distinta, tal vez pueda decirse que me di cuenta de lo que realmente estaba sucediendo. Otro camión apareció enfrente de mí, otro camión de “La Nación”. Supuse que seguro habría cientos y miles más, recorriendo todo el país. Prudentemente (o tal vez, por el contrario, muy imprudentemente), comprendí: una procesión de camiones entrenados, repletos con los diarios, se movía cronometrada y ordenadamente por toda la ciudad, cubriendo todos los barrios, hasta el más recóndito rincón. Noticias amarillas (tal vez falsas, exageradas, deformadas), informaciones triviales, discursos liberales sobre la bolsa, el comercio, y las importaciones, miedo, inseguridad, índices preocupantes en todos y cada uno de los rubros estadísticos… acompañado todo de imágenes sensacionalistas, infografías ambiguas, y otros detalles necesarios. Todo invadía los kioscos, los “otros” medios y las mesas de los vecinos. Criminalización de la pobreza, agravios contra la educación pública, la salud pública y todo lo que represente un estado que no sea mínimo, reclamos y movilizaciones populares pintadas como haraganerías, caprichos y contravenciones, ideales de “consenso” y “diálogo” que pretenden negar el conflicto social y la desigualdad, críticas chabacanas a toda alternativa al menos progresista, rebosantes odas al consumo y al progreso, pretendiendo que el primer mundo es un ejemplo y no el principal beneficiario del subdesarrollo.

En fin, lo mismo de siempre (y tanto más). Pero ahora lo visualicé envasado por millones y penetrando por la noche, subrepticiamente, en los huecos más vulnerables del imaginario social.

miércoles, 9 de junio de 2010

Árboles



Las hojas y el viento

Un intermitente parpadeo, como anonadado, como quién no comprende bien (pero trata de hacerlo). Un fatigado bostezo rebosante de hastío, de una incomodísima, indeseable e inevitable indiferencia ante lo que rodea: una hoja (marrón amarillenta, de las que crujen) que recién fue desprendida de la rama que la cobijaba (pues es otoño) y que ahora naufraga por el tiempo según los designios del viento (“así es la vida”). Lo curioso del asunto resuena: el viento es el encargado de controlar el tiempo de un ente (la hoja) a su tiento y sin obstáculo. En algún momento, el viento se aburrirá o bien se quedará sin fuerzas, se agotará, y entonces la indefensa caerá desplomándose, dibujando un irregular vaivén en el aire, hasta posarse rendida en el suelo. Y allí sí será la hora de que un alguien (un inocente transeúnte, un auto) la pise sin intención de hacerle daño, pero destrozándola, deshaciéndola, quitándole cualquier rastro de integridad. Ya no será más una hoja.
No es más que eso: ser regido y pisoteado por la circunstancia (el viento, un zapato) o bien dejar de bostezar, fijar la mirada en un punto y, sin parpadear, moverse hacia ahí arrasando con todo, teniendo el viento que desplazarse hacia los costados, notándose la vibración en el aire, porque un hombre decidido camina.


Pero debe ser rápido, antes que la circunstancia ahogue (robándole la hoja al árbol y enterrándola, enterrándonos).