martes, 31 de agosto de 2010

La escritura y el agua

A veces, entramos al agua con un objetivo bien claro: nadar una determinada cantidad de tiempo para ejercitar los músculos, buscar algún objeto que no debería estar mojándose, vigilar a los pequeños para que no se ahoguen, o simplemente refrescarse. Sin embargo, otras veces, nada de aquello sucede: nos sumergimos en el agua como queriendo olvidar que existimos, perdernos en la profundidad (allí donde no se huele ni se habla, donde los sonidos son remotos y a duras penas puede verse), dejarnos remontar por la marea y seguirla a donde sea que nos conduzca. Que las olas jueguen con nosotros como a nosotros nos gustaría jugar con la vida. Creo que a veces con la escritura sucede algo similar: escribimos muchas veces con un objetivo claro y contundente, le damos forma y, si bien podemos ir masticando la idea mientras la desarrollamos, sabemos con precisión relativa cuál es la meta. Pero en otros casos el escribir es más bien instintivo y arremolinado, como si hubiese una corriente que efectivamente es la que dispone el rumbo, barajando las palabras y los signos de puntuación en el intento de ganar un juego absurdo, en el que nadie gana. De ese semiconsciente y tumultuoso viaje pervive a veces, ya a la luz del día, un resto auténtico.

domingo, 29 de agosto de 2010

No mirar la hora

Debería de estar durmiendo. La culpa me carcome, si se puede hablar de eso. Mañana… mañana será otro día más. Y mañana, tal vez, también tendré culpa. ¿Es culpa mía?¿o será la culpa de los cronogramas, de los alucinados planes que nunca se concretan, de los anhelos que ya no se respiran ni en sueños?¿Será su culpa? Pero... en cualquier caso, ¿quién me va a sacar de acá? Creeremos por un instante en las metáforas: entonces es un pozo, oscuro, mal oliente. El pozo profundo del que todos hablan, esa luz al final del camino (arriba de todo ahora, pero diminuta), lejana, remota, difusa, y yo ahogándome, en la soledad de mi cama, deseando desesperadamente poder gritar, pedir auxilio tal vez, o sólo reírme a carcajadas. Pero tengo un reloj incrustado en la garganta, que cruje cuando yo lo intento, aagghh, y sólo suena una alarma. El reloj que tengo atravesado, yo quiero gritar pero suena una alarma, me dice que me duerma, que el insomnio es una mentira, pura sugestión, y al rato suena de vuelta, esta vez desde el exterior de mi cuerpo, diciéndome al oído, sin ninguna sutileza, que salga de la comodidad y el calor de las sábanas, de una puta vez. El calendario enfrente, con los cuadraditos pintados con distintos colores, los acontecimientos destacados, y una cruz que tacha los días que pasan, los días que faltan para tener que comprar un nuevo calendario. Y las pilas del reloj, el de la mesa de luz pero también el de la garganta, las pilas se van acabando.