jueves, 28 de octubre de 2010

Lo que dice la lluvia

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La lluvia siempre era capaz de revolver sus sensaciones hasta el extremo. Sólo ella lograba revelarle todas las ambigüedades de su ser, sólo ella podía llevarlo al estado en que se encontraba ahora: contemplativo, perceptivo, dubitativo, confuso. Era la lluvia, era la tormenta: su verde olor invadía los surcos de la cara, las gotas secas de todo pudor lo golpeaban con tenacidad, avivándolo, pellizcándolo. Un críptico espectáculo: el agua cayendo desde el infinito, inundando las calles; algún auto que se deslizaba como flotando, a lo lejos; los truenos; su aroma. Todo ello lo tranquilizaba asegurándole que había algo (algo grande, trascendental) que seguiría funcionando siempre, sin importar lo que él hiciera o dejara de hacer, y aun cuando él no existiese más, la tempestad –ese mecanismo de relojería, verdadera alucinación, remolino de sensaciones- volvería a desatarse nuevamente, para regocijo de algún otro avispado observador.

Lamentablemente, había más: las nubes revoloteaban en el cielo, se dispersaban, se unían y volvían a separarse; se movían como saetas apuradas tras algún fuego sagrado, buscando el norte. La luz surgía de la colisión, centelleaba con su ciego esplendor y luego desaparecía, se disolvía, apenas sobreviviendo unos instantes en la retina, que no tenía tiempo de asimilar el repentino estallido en su justísimo momento. Ese movimiento, esa vivacidad, ese estruendoso cambio, todo aquello también le marcaba con crueldad su inquietante pasividad, le decía que había allí afuera un tumulto terrible y fantástico del cual él se estaba perdiendo, le mostraba cómo el cielo podía saciarse de tempestad en unas pocas horas, con plena magnificencia. Mientras, él –todavía- no terminaba de entender que aquélla (la bruta tormenta, la desesperante conmoción, el movimiento incesante, vibración de los cuerpos y las almas, frenético y apasionante baile de la sensación) era componente esencial en toda existencia que osare considerarse más o menos vital.

jueves, 21 de octubre de 2010

"¿Quién mató a Mariano?"

(Me salgo del estilo habitual en este caso, tristemente oportuno)

La historia se repite, ya no sólo como farsa, sino además –en la era de las comunicaciones- mediante una repugnante manipulación de los acontecimientos y los discursos. La burocracia sindical es una basura: traiciona su clase, vende las luchas y la dignidad de sus compañeros, falsea justificativos. Pestilente, todo eso es cosa sabida. Sin embargo, los hechos logran sorprenderme (ingenuidad, juventud o inexperiencia). Ayer, un grupo de trabajadores terciarizados (vergonzosamente precarizados) se disponía a realizar un corte en las vías del ferrocarril Roca, reclamando por una serie de despidos arbitrarios, por la incorporación a planta permanente y, en definitiva, por una mínima dignificación de sus condiciones de empleo. Sin embargo, la burocracia de la Unión Ferroviaria (en connivencia con el gobierno nacional, inmiscuidos en los negocios mediante los cuales estos trabajadores son explotados) no estaba de acuerdo con la medida. Y, fiel a sus métodos (pero con una sorprendente e increíble carencia de disimulo alguno), contando para el operativo con la participación (o la no participación, que en lo concreto viene a ser lo mismo) de efectivos de la policía federal, decidió romper la manifestación incluso antes de comenzar, emboscando al grupo cuyo numero rondaba las 100 personas, de las cuales la mayoría eran mujeres y jóvenes. Después de la trifulca a puños y palazos, empezaron los tiros: a sangre fría, por la espalda –en retirada- y sin escapatoria. El saldo, hasta el momento, es un muerto (Mariano Ferreyra, 23 años, estudiante y militante del Partido Obrero, que acompañaba a los trabajadores junto a otras organizaciones), una herida de gravedad cuya vida peligra (Elsa Rodríguez, 56 años, también militante del PO) y otro herido de bala, ya fuera de peligro. Inmediata y paradójicamente, el gobierno nacional de desentendió de lo sucedido y prometió justicia. Además del repudio y el urgente castigo de los culpables (materiales e intelectuales), es menester poner en discusión el modelo sindical argentino, ya caducado, ineficiente y probadamente destructivo.

sábado, 2 de octubre de 2010

El tiempo, los hechos

Nos dispersamos jugando en el cemento. ¿Nos cansamos?

Tal vez nazcamos agotados, y expiemos penas pasadas,

quizás ajenas.

Así sucede… ¡Qué distinto era todo!

Diminuto universo plagado de infinitas posibilidades,

y ahora: infinitos enceguecidos, las potencialidades negadas.

Y luego: todo fluye, el tiempo sigue una única dirección,

los acontecimientos se desarrollan.

¡Incluso llegamos a cometer el pecado de creer que nos escapan!

¡Jamás! Los hechos caben en la palma de mi mano;

o mejor: los sostengo entre el pulgar y el índice

(así de ínfimos resultan)

Los expongo, los analizo minuciosamente, y los manipulo…

la historia, el provenir: un gramo de tiempo, una partícula de aire,

una porción de maleable destino:

apresados entre los dedos, al acecho las propias fauces,

esperando ser desmenuzados.

La vida: una naranja cuya cáscara hay que quitar con tortuosidad,

dejando uñas y piel, enervando las venas,

para, por fin,

extasiarse en su jugo.