jueves, 6 de agosto de 2009

¿Círculo? ¿Espiral? ¿Todo? ¿Nada?

Arbitrariamente, podríamos decir que el ciclo comienza un Lunes cualquiera, de un mes cualquiera y un año cualquiera. Ese Lunes, Pedro está contento: después de meses angustiantes, donde su subsistencia y la de su familia se basó en un pobre subsidio estatal para desempleados, ha conseguido un empleo. Así cree realizarse como hombre: desde bien chico le dijeron que debía trabajar duro, “ganarse el pan”, “sudar el lomo” y otras tantas metáforas que significaban lo mismo: la vida era el trabajo (el trabajo para otro) y luego todo lo demás.

Pasadas algunas semanas, aquel idilio inicial, esa alegría desbordante ya no existe en Pedro. Estamos ahora en una situación más normal, más general, más creíble: esta vez el despertador suena, y esos 5 o 10 minutos que se espera antes de levantarse (esa transición irracional entre los sueños y la realidad) nunca son suficientes. Pedro se levanta y ya no está tan contento como semanas atrás, ya automáticamente está fijada la motivación para el resto del día: volver a casa con la obligación cumplida. Una ducha rápida, un desayuno frugal en el que con suerte se cruzan algunas palabras con los familiares, y la calle. El calor, el frío, la humedad, la lluvia, el tráfico, las manifestaciones, los olores nauseabundos, los ruidos insoportables. Es fácil encontrar razones para el malhumor de la gente.

La cuestión es que comienza el día y Pedro se dirige nuevamente a la oficina. La estadía allí puede tener distintos matices: se puede realizar una tarea de manera efectiva y responsablemente, o bien se puede aprovechar cualquier oportunidad para haraganear. También puede suceder que los compañeros y superiores sean soberbios, insoportables, asquerosos (o, por el contrario, gente agradable donde las charlas –triviales- no escasean, con el mate y las facturas siempre bien recibidos). Ninguna de estas cuestiones son relevantes: Pedro, como la casi absoluta mayoría de los empleados, mira constantemente el reloj esperando que sean las 6. Si tiene suerte, a esa hora emprende el regreso. Y ese momento es de verdad agradable. Si bien cansado, Pedro se siente realizado, ha cumplido su deber, y ahora dispone de unas cuantas horas de tiempo exclusivamente para él. Planea, organiza, piensa.

Por unos momentos perdimos de vista a Pedro. Lo encontramos nuevamente acostado en su cama, verdaderamente destruido, y enojado porque esas horas de libertad no sirvieron para casi nada. Charlas superficiales con la familia, (¿Qué hiciste hoy?¿Qué te sacaste en Matemática?¿Cómo te fue en el trabajo? Lo mismo que todos los días, me saqué un 7, bien y a vos gordo?) una cena apurada y casi por obligación, y entretenimiento frente al televisor. Lo de entretenimiento aquí es demasiado generoso, mejor sería llamarlo dispersión, o más apropiado aún, pérdida de tiempo. Todo esto sumado a las 9 horas de trabajo fue suficiente para que el cansancio ataque fervientemente, y el sueño gana la batalla sin encontrar demasiada resistencia.

A los pocos días, la motivación que antes había sido volver a casa a las 6, ahora cambia. Esas pocas horas no sirven para nada. La nueva añoranza es el tan preciado fin de semana, es él quien le da sentido al resto de los días semanales. Así, el viernes a la tarde la alegría es inmensa, teniendo en cuenta que no haya trabajo para el sábado, claro está. Pero en este momento el cansancio lleva 5 días acumulándose, y gana la batalla nuevamente: Pedro está en la cama, quiere salir con su mujer o sus amigos, saborear de cerca la libertad, pero no tiene energía suficiente, y decide dormir. Todavía quedan 2 días enteros.

Si logra efectivamente aislar las preocupaciones laborales, Pedro le saca provecho al fin de semana: agradables momentos con la familia, alguna comida en pareja o con parejas amigas, asado y fútbol con sus compañeros. Quizás la concurrencia al cine o al teatro, o a un espectáculo deportivo. Con suerte, ese fin de semana Pedro se siente pleno y feliz.

Pero a las pocas semanas, Pedro se da cuenta que la idea de sentirse feliz 2 por cada 7 días (si no contamos los feriados) no parece muy agradable. Entonces las motivaciones cambian nuevamente. Son tan veneradas, que se empieza a planearlas y hablar de ellas meses antes de su comienzo: esos excelentes 14, 21 o 28 días (dependiendo de la antigüedad en la empresa) para disponer totalmente del tiempo, sin ninguna obligación. Incluso, cuando transcurre un buen pasar económico, Pedro puede realizar la grandeza de viajar: conocer el país, el continente, el mundo. Pero son tan espectaculares como efímeras, y en un abrir y cerrar de ojos se volvió a la rutina. La mira pasa a fijarse entonces en las siguientes vacaciones, todo el año laboral tiene sentido sólo entonces: la disposición absoluta sobre el tiempo, la libertad, la felicidad.

Pasan algunos años, y Pedro comienza a darse cuenta que no es buen negocio tampoco ser feliz un mes por cada 12. Pedro ya está grande, los años le pesan, y casi sin notarlo, piensa cada vas con más anhelo en la jubilación: esa situación donde el Estado le pagará todo lo que él aportó, y con eso podrá vivir (en mejores o peores condiciones según la posición social) sin trabajar, saborear ese placer de controlar íntegramente su tiempo, hacer lo que él quiera, ser libre. Pedro finalmente se jubila, se regocija de su situación, llora de satisfacción.

Pero Pedro está viejo. Las visitas al médico se hacen cada vez más frecuentes, ya no puede jugar al fútbol con sus amigos, poco a poco va perdiendo la vista y la audición. A los 70 ya necesita ayuda para caminar. Al fin y al cabo, no es tanto lo que disfruta su tan añorada libertad… de hecho la padece bastante, se aburre, no sabe qué hacer con su tiempo, se siente inútil, se siente solo.

Pedro está sentado en la silla mecedora del living, balanceándose frente a la ventana, mirando el Sol que se escapa por el horizonte. En realidad, sus ojos se dirigen hacia allí, él está mirando para su interior. Mira su vida, sus recuerdos, sus años de juventud, sus mejores momentos. Mira su vida: mira sus efímeros momentos de felicidad pero también mira las incontables horas al servicio de la empresa, mira su vida y la piensa, la piensa mucho. Pedro está triste, melancólico, cansado y débil. Piensa en su muerte también, que pronto llegará. Y piensa si el error estuvo en todas esas horas brindadas al servicio de los intereses económicos (propios, pero principalmente ajenos) o si el error estuvo en no disfrutar más esos fugaces momentos de felicidad y plenitud.

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