lunes, 17 de agosto de 2009

Escape o final

Tengo esta sensación desde que estoy en el hospital. Y en realidad esto no aporta casi ninguna información nueva, porque no recuerdo hace cuanto que estoy acá. Es lógico, por eso, que tampoco recuerde cómo eran las cosas antes.

Si quisiera embellecer (o, más bien, decorar horrorosamente) el relato, te diría ahora que la habitación es mugrosa, fétida, que hace un calor infernal y qué se yo cuantas minuciosidades más. Pero la verdad es que no le presto mucha atención a estas banalidades. Lo mismo me da estar acostado en un inmenso sommier de 2 plazas, con sábanas floreadas y almohadas crujientes, ambiente climatizado y aroma a jazmines, o en un catre irrespetuosamente duro, tapándome con una harapienta manta y oliendo a riachuelo. Tampoco me incumbe mucho (al menos en este momento) si aquello que al principio denominé ingenuamente “hospital” es un loquero, un centro de experimentación clandestina o pura fantasía onírica. En serio, te digo, en este momento nada de eso me molesta.

Pero sí quiero dejar constancia sobre aquella sensación que ya te mencioné: me despierto cada mañana y mi cabeza quiere despegarse de su cuerpo. Puedo tratar de describirlo, sí: no es que me sienta un decapitado cuya cabeza está unida al cuerpo por algún endeble músculo o cartílago, “pendiendo de un hilo”, como se diría. No, no, nada que ver con el Jinete sin cabeza. Nada de eso. Todo sucede en el interior. Mi mente (diría cerebro, pero prestaría a confusiones: no me refiero al órgano, no tiene nada que ver esto con aquello), sofocada, oprimida por el cráneo, quiere escaparse. Quizás en forma de pensamientos, o transformándose en algún misterioso espíritu invisible, como aquellos que rondan descorporizados las casas tenebrosas que siempre aparecen en los cuentos de terror… no importa la forma, pero lo que sucede es que, en esos momentos, el cuerpo parece no servir, estorbar, perturbar. Nunca fueron buenas mis descripciones (vos lo sabés) pero tampoco es que pueda decir mucho más al respecto; es eso: la mente quiere escaparse de la cabeza, del cuerpo, de ese inexplicable e inútil revuelto de tripas, órganos, huesos, grasas y demás manifestaciones de la materia.

Todo esto que cuento dura, digamos, unos quince minutos. Sin exagerar te digo, en serio, que no recuerdo situación más terrible en aquello que antes –supongo- fue mi vida. La transición entre el sueño y la realidad siempre es jodida, eso es cosa sabida, pero nunca tan perturbadora, creéme.

Al rato la cosa se aligera: se ve que la mente acepta cuál debe ser su lugar, resignada, vencida, y así me acompaña (o yo la acompaño ¿quién sabe?) durante el día. Pero no por eso dejo de pensar en lo que sucede. Acaso existirá alguna solución? Será por esto que me tienen acá? En esta horrible rutina, con esos ejercicios, esos estudios, esas inyecciones, esas pastillas. Toda esa mierda. Los cretinos, encima (y esto es lo peor) creen hacerme un favor. Y cuando yo protestaba, me resistía -ya no lo hago más, no sirve de nada- no sólo me castigaban, sino también acusábanme de desagradecido, infeliz, inconsciente. Sí, así como suena, inconscientes me decían esos miserables.

Esto lo vengo pensando hace rato, pero recién hoy me decidí. Creéme que lo pensé demasiado, busqué mil salidas, traté de encontrar otra manera menos drástica e irreversible, pero no puede haber otra forma de liberarme. Es así es como debe de ser. Además esto, así como te lo cuento ahora, es cada vez más insoportable, es hora de ponerle fin. La mente se quiere ir del cuerpo, así que le voy a cumplir su deseo. No sé que va a pasar después, no sé si va a seguir pensando o si se va a extinguir lentamente, como lo hace el fuego cuando se le deja de echar leña. Tal vez sea un final repentino, un súbito apagón de todo. No sé que va a pasar, y creo que nadie en mi situación podría saberlo. Lo que sí estoy seguro es que, cualquiera sea el estado en que me encuentre, no voy a poder escribir, ni hablar, ni comunicarme. Así que esto es lo último que vas a saber de mí. Espero que me recuerdes así como fui alguna vez.

No hay comentarios:

Publicar un comentario