viernes, 6 de noviembre de 2009

Reflexiones inconexas de una tarde relajada

No voy a decir que sienta una plenitud inmensa, una extasiada felicidad. No, no es saludable exagerar, ni ante mí ni ante nadie. Simplemente estoy cómodamente sentado, con mis pies estirados tostándose al Sol y mi cabeza respirando un poco de sombra, en un perdido balcón de la gran ciudad. Y mientras interrumpo la lectura de la novela que supo ganarse mi atención hace unos minutos, respiro hondo, saboreo el aire que parece más limpio que el de unos metros más abajo, y pienso que por un breve lapso de tiempo estoy teniendo paz.

En los balcones de enfrente, un pintor hace su trabajo con fervor, blanqueando los marcos de esa ventana mientras se codea con el abismo que marca ese octavo piso. La señora cuelga las húmedas ropas en aquella otra terraza, rodeada de macetas cuyas incipientes flores pronto tendrán mucho que decir a quien desee interpelarlas. Es que estamos a fines de Agosto, y particularmente hoy, la cercanía de la primavera es notable, claramente perceptible. Sin frío ni demasiado calor, con un Sol radiante sólo perturbado por aisladísimas nubes, que debieron haber nacido hace muy poco. Cierro los ojos ahora, y siento placer en la tranquilidad, mi cuerpo se siente a gusto. Me gustaría prolongar este momento… prolongarlo un largo rato, descansar, dormir unos minutos quizás… dejar de escribir, dejar de pensar…

Se oyen ruidos de autos y motos, frenadas desesperadas y aceleradas casi soberbias. También se oyen sierras eléctricas que corroen seguro algún pedazo de madera o de metal, un martillo incansable marcándole el ritmo a quien debería regirlo. Muchos otros ruidos también me llegan y me sacan de esa nada en que me estaba sumergiendo. Están construyendo un edifico a pocos metros, y se encargan de que todos nos enteremos. No los culpo por ello… siempre hay que construir en la monstruosa y misteriosa ciudad, y no son los obreros quienes lo deciden.

Por suerte para mis sentidos, también escucho el canto de algunos pájaros que todavía no encontraron un lugar mejor, más acorde a su esencia. Y si mi vista esta atenta también puedo verlos surcando el inmenso celeste, despreocupados o aterrados. Y así, entre inhalación y exhalación, entre relajado y meditativo, contemplo esta inconciliable mezcla de cemento y flores, motores y pájaros, gases contaminantes y aire fresco, de gran ciudad y naturaleza, donde ésta última pierde, triste y lentamente, cada vez más terreno.

No hay comentarios:

Publicar un comentario