Mi primera impresión fue contundentemente falsa. Fabulé con un millonario asalto, una organizada banda de delincuentes, o incluso un camión repleto de empanadas: desde mi cómodo e itinerante asiento todo era posible, y en la esquina en que me encontraba detenido había una casa de comidas. Pero no, no era nada de eso. En realidad, era una escena cotidiana (sucedía todas las madrugadas) pero yo nunca antes la había presenciado. Un camión repleto de hojas y hojas impresas proveía los diarios a los kioscos de la zona.
No me preocupé mucho al respecto, más bien me alegré de por fin haber presenciado un acto semejante, algo tan común y entendible (¿cómo podían llegar los periódicos a los kioscos más que en camiones de madrugada?), pero a la vez tan invisible (juro nunca antes haber visto la entrega en vivo). Creo que es normal: siempre regocija presenciar por primera vez algún pequeño fragmento de realidad, aunque sea algo que se sabe siempre sucede. El placer y el misterio de lo nuevo, lo desconocido. Y por qué negarlo: claro que amplificado en este caso por la conciencia alterada, o estimulada.
Proseguí mi camino tranquilamente, pero, a los pocos kilómetros, otra vez. Y esta vez, quizás ayudado por el estado en que me encontraba, vislumbré el asunto desde una perspectiva completamente distinta, tal vez pueda decirse que me di cuenta de lo que realmente estaba sucediendo. Otro camión apareció enfrente de mí, otro camión de “
En fin, lo mismo de siempre (y tanto más). Pero ahora lo visualicé envasado por millones y penetrando por la noche, subrepticiamente, en los huecos más vulnerables del imaginario social.
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