domingo, 29 de agosto de 2010

No mirar la hora

Debería de estar durmiendo. La culpa me carcome, si se puede hablar de eso. Mañana… mañana será otro día más. Y mañana, tal vez, también tendré culpa. ¿Es culpa mía?¿o será la culpa de los cronogramas, de los alucinados planes que nunca se concretan, de los anhelos que ya no se respiran ni en sueños?¿Será su culpa? Pero... en cualquier caso, ¿quién me va a sacar de acá? Creeremos por un instante en las metáforas: entonces es un pozo, oscuro, mal oliente. El pozo profundo del que todos hablan, esa luz al final del camino (arriba de todo ahora, pero diminuta), lejana, remota, difusa, y yo ahogándome, en la soledad de mi cama, deseando desesperadamente poder gritar, pedir auxilio tal vez, o sólo reírme a carcajadas. Pero tengo un reloj incrustado en la garganta, que cruje cuando yo lo intento, aagghh, y sólo suena una alarma. El reloj que tengo atravesado, yo quiero gritar pero suena una alarma, me dice que me duerma, que el insomnio es una mentira, pura sugestión, y al rato suena de vuelta, esta vez desde el exterior de mi cuerpo, diciéndome al oído, sin ninguna sutileza, que salga de la comodidad y el calor de las sábanas, de una puta vez. El calendario enfrente, con los cuadraditos pintados con distintos colores, los acontecimientos destacados, y una cruz que tacha los días que pasan, los días que faltan para tener que comprar un nuevo calendario. Y las pilas del reloj, el de la mesa de luz pero también el de la garganta, las pilas se van acabando.

No hay comentarios:

Publicar un comentario