viernes, 28 de mayo de 2010

Cuidado con la costumbre

La cotidianeidad como fuerza abrumadora que detiene el cambio. El acostumbramiento que inhibe el desarrollo de todas las posibilidades, las más ricas y las más oscuras. Puede intuirse que algo no anda bien (puede incluso tenerse la certeza) pero la comodidad y la tranquilidad de “lo de todos los días” paralizan hasta la lengua. Saber que tal persona va a estar ahí, aun despreciada, acostumbrada; saber que ese dinero va a entrar en la cuenta a fin de mes, cualquiera sea el costo, cualquiera sea la pérdida; saber que cumpliendo con determinados requisitos, satisfaciendo expectativas puntuales, entonces tal resultado será obtenido, tal reconocimiento concedido. En definitiva: saber que el mañana será previsible a partir del hoy.

Todo aquello, esa perezosa y cobarde rutina es la que más eclipsa a la hora de tomar decisiones. Destiérresela: apréciese el hecho de que mañana pueda ser radicalmente distinto a hoy, valórese la transformación, la mutación, el descubrimiento, aunque la vida pierda esos pilares que parecían ser tan firmes, tan seguros.
Tan repugnantemente previsibles.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Mañana de noche

Ahora la visión es clara (¡por fin!). Amanece en la ciudad; imagen tan hermosa como deprimente. Los edificios, orgullosamente grises, son espectadores de lujo. Sexagenarios madrugadores se regocijan nostálgicamente o se indignan repugnados ante la nueva e impúdica juventud (su percepción seguramente dependa del caudal de vida que haya traspasado sus poros, cuando podían). También hay comerciantes mañaneros que no escapan al delirio y al frenesí.

Ahí no más, a pocos metros, en plena avenida, una batalla. Musculosos, ensangrentados, pequeños y ágiles hombres comienzan una pelea, primero puños y patadas, se agregan palos encontrados casi por azar, y multiformes cascotes terminan zumbando el aire, en una y otra dirección, en miles de direcciones.. ¿Cuál puede ser la causa? Una ardiente mujer que conquistó dos almas en simultáneo, una mirada demasiado prolongada, un andar titubeante que en sus pasos confundidos se topó con el brazo o la pierna de algún temerario ansioso de conflicto. Puede originarse así, o de cualquier otra manera. Y… ahora también vuelan botellas, que estallan en mil fragmentos al chocar con el suelo, o bien cuando un certero lanzamiento acierta en la cabeza del contrincante, o por qué no, la de un aliado. Atraviesan el aire patadas voladoras que lastiman más al ejecutor que al objetivo, cuando llega a embocársele. Vibran en el ambiente irrepetibles improperios, buscando salvar un honor atravesado por el aguijón, queriendo imponer la impronta del ganador, o simplemente cumpliendo con lo que se espera de ellos, con lo que se cree que se espera de ellos.

Me alejo, y a algunos metros, dos señoras: “Y claro, con Montoneros en el gobierno…” Qué tendrá que ver, pienso. “Tendría que venir la policía y meterlos a todos presos” Bueno, señora, hay algunos problemitas antes, problemas en la base. “Qué cárcel?.. Hay que matarlos a todos” “Repugnante fascista” escupo.

Prosigo mi rumbo, antes de escuchar la respuesta (que se va a hacer esperar, pues se quedó congelada) me concentro en otros asuntos. También se ven, todavía, esos muchachos a quienes tocó perder, y lanzan el último tiro de la noche buscando salvarse de la tormentosa soledad que los espera. Pocos lo logran, y el espectáculo es una tragicomedia. Sus labios se mueven como hablando otro idioma, sus ojos imitan animales exóticos, la sangre ya invadiendo la retina, sus bocas modulando exageradamente, dibujando grotescas caricaturas. Su zigzagueo marea al público, las presas ya están avisadas… fracasan también.

Puedo seguir unas cuadras también, pero me detengo en un cantero, donde hay menos ruidos humanos y cantan los pájaros mientras se afianza el amanecer. Me acomodo lentamente, el duro ladrillo que a esas horas parece almohada de plumas. Te abrazo, rodeo todo tu tronco con mis largas extremidades, aspiro profundamente y cierro los ojos. Se apagan las luces del Sol, y me duermo.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Extravío

El día de hoy fue, cuanto menos, extraño. Algún extravío tuvo lugar cuando los tragos. Es tan innegable como irrecordable. Paradójico, lo sé. A estas alturas todo debería serlo: paradojas que mueven, empujan, golpean, aceleran y dan sentido.


En aquel tiempo debió haber sido una luz (o tal vez, una mirada) aquello que distorsionó y dio la pista de que algo no andaba demasiado bien. Pero luego, pasado un rato, tras el oscilante movimiento, la evidencia fue notable. Primero una ruta eterna y curvada, una avenida céntrica que, repleta de carteles informes y abrillantada por las luces de neón, subía hacia el cielo y se perdía entre las estrellas. Algunos la transitaban. Luego los verdes se mezclaron con los azules, los blancos y los negros se volvieron un gris borroso, que hacía llenarse de agua a las cuencas de los ojos. El movimiento (que yo ya no controlaba, e incluso creo haber nunca controlado) tornaba a la escena que contemplaba demasiado confusa, no podía asimilar lo que se me presentaba, y tras un repentino dolor en la sien, me dormí, inexplicablemente.


Desperté fuera de mí: dentro de unos ojos ajenos que me observaban, cada paso, cada ademán, cada palpitación. Comencé a sentir cómo este personaje extirpaba todo lo que rondaba por mi mente, y se apropiaba de ello.