lunes, 28 de diciembre de 2009

Desencuentro memorial

En algún momento dudé haberlo visto. Ahora estoy casi seguro que lo hice, tengo que haberlo hecho. Cuando lo vi, no le di importancia, jamás imaginé que se trataba de aquel ser. La rapidísima y soslayante mirada, que bien podría haberse posado en una baldosa o una lata de conserva, no fue suficientemente prolongada ni intensa como para asimilar lo que estaba mirando. En milésimas de segundo, abrumado por el calor y el apuro, mi conciencia dijo que no tenía por qué estar allí y que sólo eran fantasías. Repito, y no exagero, que esto sucedió en un instante: la cadena de deducciones casi ni fue pensada, fue instintiva, y rápidamente archivada. No le presté ninguna atención.

Pero luego, notablemente, el recuerdo pudo recrearse. Cierto que rodeado de sombra, fuera del espacio y del tiempo, pero aparece. Y por eso tiene que haber sucedido. Y esto lo supe cuando, horas después, me enteré por un tercero que el personaje me había visto y que (supuestamente) no sólo yo no quería verlo, sino que los nervios y la angustia me devoraban, como si él fuese alguna encarnación del demonio, o de un pasado aterrador y ocultado. Esa fue la versión de quién, es cierto, hace años no veía y cuyas relaciones con allegados míos se habían visto rodeadas de cierto misterio, de una suerte de incongruencia que ocultaba pasiones, demencias, odios. Nada más, nada menos. De haberlo reconocido, lo hubiese saludado cordialmente, le hubiese preguntado brevemente por sus asuntos, me hubiese despedido. Claro que esto no sucedió.

Parece insignificante este suceso, seguramente lo sea, y también es posible que no se entienda demasiado lo que aconteció. Haré un intento por recapitular, claro que sin superar el límite que los mismos acontecimientos me imponen: Dos personajes. Éste a quien me refiero, y yo. Estuvimos en el mismo sitio, a la misma hora, un sitio repleto de gente, símbolo de la despersonificación más absoluta. Yo apenas lo divisé, sin prestarle atención ni reconocerlo, sin asimilar su presencia. El otro personaje me vio. Atribuyó mi transpiración (debida al apuro, la humedad, el abrigo) a un intrincado e inexistente complot y omisión voluntaria de su persona.

Y de esta desafortunada confusión, una inenarrable sucesión de acontecimientos caóticos.

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